Songs of a Lost World – The Cure (2024)
Con la espalda baja deshecha, los pies hinchados y apenas resistiendo un frío que arreciaba, asistí una vez más a la misa de Robert Smith, en completa soledad. Con nada más que fe.
Quien me acompañaba hasta poco antes no tenía la paciencia necesaria para las dos horas y media de catarsis. Una luna llena amenazante flotaba sobre el escenario en el que The Cure daba masterclass una vez más. Era el cierre del último día del Corona Capital.
De pronto, a la mitad del set, sonó una pieza que no había escuchado antes. Era una cosa soberbia: el poderío de la batería tribal, las capas de sintetizador y guitarras minimalistas netamente thecurescas, la desesperación apenas contenida en la voz de Smith. Una segunda luna escarlata se desplegó en las pantallas gigantes.
Quedé confundido y ansioso por enterarme de qué canción era. ¿Algún lado B desconocido? ¿Algún tema inédito de la era del Disintegration o quizá del Wish? Necesitaba saber qué carajos acababa de escuchar.
Hoy, casi un año después, sé por fin el nombre de tremendo macanazo: “Endsong”, uno de los ocho cortes que componen Songs of a Lost World, catorceavo registro de estudio del grupo.
El nombre no podría ser más apropiado ni la grabación podría estar más fuera de lugar en 2024: fruto de una banda que se formó hace casi medio siglo y que acumulaba 16 años sin publicar nueva música. La corriente a la que alguna vez perteneció, el post punk, no solo está muerta: lleva desaparecida algunos eones y descansa varios metros bajo tierra.
Y a pesar de todo, Songs of a Lost World se planta con dignidad y con la frente bien en alto en la era digital, en la que el formato del álbum ya no importa.
Nuevas canciones, viejos achaques
The Cure es el ejemplar de una especie extinta, una entidad atemporal que desafía las leyes de la lógica y del tiempo. Es un dinosaurio que se pasea por la Tierra en plena era glaciar, con la misma enjundia que en sus años de gloria.
La voz de Robert Smith es la mejor evidencia de ello; pareciera estar congelada en el tiempo: idéntica a como sonaba a sus 25 años, pero con la fatiga retórica de quien rebasa las seis décadas de vida.
Son, en efecto, canciones de un mundo perdido: del extraviado cosmos personal de Smith, pero también de la añoranza por una realidad colectiva que ya no existe.
El conjunto vuelve a esa versión suya que no da ninguna concesión. Nada de melodías pop, ninguna complacencia remotamente compatible con la radio. En cambio, concede temas extensos de agónica poesía, de nuevos fantasmas que atormentan a su autor. The Cure en su estado más puro.
No es una versión desgastada del grupo. No es una colección de temas sobrantes de años lejanos. Es un regreso en forma que está a la altura de sus mejores y más alabadas grabaciones de los 80 y 90.
No está dirigido al entusiasta de “Friday I’m in Love” o “Just Like Heaven”. Tampoco es la secuela continuista de algún otro LP. Es la faceta más cruda y genuina de la alineación conformada, en esta ocasión, por Simon Gallup, Reeves Gabrels, Roger O’Donnell, Jason Cooper y Robert Smith.
En la era de los sencillos de dos minutos, de las canciones hechas a modo para triunfar en TikTok, Songs of a Lost World es una anomalía, la excepción a la regla. Es el último vestigio de un artista congruente con su obra y siempre respetuoso con su audiencia.
Si se trata del álbum final de The Cure, difícilmente podría objetarse la decisión. Sería un cierre más que adecuado para una trayectoria irreprochable.
Songs of a Lost World | The Cure | 2024
“Alone”
“And Nothing Is Forever”
“A Fragile Thing”
“Warsong”
“Drone:Nodrone”
“I Can Never Say Goodbye”
“All I Ever Am”
“Endsong”
También podría (des)interesarte:
Mi cruzada contra la inmediatez: ¡Viva el formato largo, carajo!