The Fast and the Furious ahora se disfruta más que hace 20 años

He visto la primera Rápido y furioso más veces de las que me gustaría admitir. Es uno de mis comfort films. Y he llegado a un punto en el que casi puedo anticipar los diálogos, la música y todas esas secuencias que ya son parte de la cultura pop.

Es como echar un vistazo a un mundo que ya no existe: la historia de un grupo de agradables delincuentes que se dedican a robar cargamentos de reproductores de DVD. ¿El jefe final? Un trailero armado con una escopeta. Y por ridículo que suene —y lo sea—, tiene más sentido que cualquiera de las aún más absurdas secuelas que llegaron después.

Si bien no la vi cuando recién se estrenó sino hasta años después, puedo entender muy bien por qué volvió locos a tantos en su momento. Aunque su premisa no era del todo nueva (Point Break ya se había adelantado una década), sí fue la primera en llevar el concepto de las carreras callejeras ilegales a las masas.

Pero lo mejor de la cinta no son las competencias ni las secuencias de acción, sino sus personajes y la manera en que se desenvuelven e interactúan entre sí. El tiempo la ha tratado decentemente, a pesar de su tipo de edición y la manera casi cómica en que decenas de canciones desfilan una tras otra.

Aquel elenco original tiene cierto magnetismo que te hace regresar una y otra vez. Pocas mancuernas del cine reciente funcionan tan bien como Brian, el rápido, y Toretto, el furioso. No puedo imaginarme a ningún personaje interpretado por otra persona, ni siquiera a los secundarios. La premisa de familia planteada en esta primera parte —llevada a extremos memeables en las secuelas— resulta incluso convicente.

A la fecha sigo sin entender, por ejemplo, por qué asesinaron de forma tan prematura a un personaje con tanto potencial como Jesse. Y hasta antagonistas como el infame Johnny Tran o el insufrible Vince resultan entrañables. Pa’ pronto: si hay un capítulo de la saga que valga la pena, es este.

Tres pesitos de realismo

Algo que la mayoría desconoce es que Paul Walker de verdad se infiltró en el submundo de las carreras clandestinas. No solo era un piloto muy competente, sino que conocía a fondo el circuito del racing ilegal y del tuning de aquellos años, hoy en día casi extinto.

Walker estaba familiarizado con la forma en que se coordinaban los cierres de avenidas, con los autos predilectos entre los entusiastas y con toda la terminología que la película se encargó de popularizar. Diálogos como “Granny shifting, not double-clutching like you should” son ya legendarios, y es gracias a ese contacto tan cercano que el actor tuvo con el mundillo.

Es por ello que se le ve manejando, por ejemplo, un vehículo tan atípico como su troca Ford F-150 roja que, por su potencial de tuning, era muy respetada entre los conocedores. No era solo para chambear.

No deja de sorprenderme toda la subcultura que se desató en torno al filme y sus autos. Muchos de ellos —sino es que todos— son ahora artículos altamente codiciados entre coleccionistas. El impacto que tuvo en nuestra generación no es poca cosa. Conozco al menos a una persona que estudió ingeniería automotriz impulsado, en parte, por lo visto en la película. Por ejemplo.

El asunto se pone más que nostálgico cuando los fans recuerdan cuán seriamente se tomaba Paul Walker su papel como Brian O’Conner.

Cuando se encontraban con él en persona, los furiosos lo llamaban Brian, hablaban largo y tendido sobre las películas, y eso le encantaba. De verdad vivía su personaje.

Se dice que le afectó mucho que no lo consideraran para filmar la tercera parte (Tokyo Drift), pues la productora pensó que el concepto de la marca era más grande que sus protagonistas y que podría sobrevivir sin ellos. Gran error que casi mata la saga.

Si bien los siguientes capítulos contaron con presupuestos mayores y el respaldo de actores mucho más famosos, nunca lograron capturar la esencia de las carreras en las calles y la simpleza de esta primera parte. En las últimas secuelas, Vin Diesel y compañía parecieran más bien los Avengers al volante: más espectacularidad, pero mucho menos sustancia.

Esta primera Rápido y furioso es un fenómeno espontáneo, irrepetible, producto de una época igualmente imposible de reproducir. Para cuando la cuarta parte introdujo carreras guiadas por GPS y un asistente virtual, ya todo se había ido al carajo.

resena rapidoy furioso 2001

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